Aldo Umazano no
deja nunca de mover sus manos. Como si manejara una marioneta, gesticula a lo
loco. Y se apasiona cuando habla de los títeres, del teatro y de “ese taller de
la política que es la comunidad”.
A los 70 años, Umazano sigue escribiendo, moviéndose,
soñando con títeres, transmitiendo ideas, comunicando de manera sanguínea, como
le gusta decir. “Los títeres le gustan a los chicos y a la gente inteligente”,
repite.
Así habló, largo, tendido y sereno, durante una entrevista
en el programa “Salieris”, (FM Sonar
91.3, martes de 22 a 0 horas).
Titiritero de siempre, dramaturgo, actor, también fue
concejal por 4 años. Dice que la política es una "tomografía computada del
alma". Y advierte, además: “A veces no está el humor suficientemente
presente en la gente, hay algo que se está perdiendo…”
–¿De dónde venís y adónde vas? –preguntan siempre en “Salieris” y Aldo Umanazo responde.
–Yo vengo de allá y voy para el otro lado. A veces no sé
bien dónde voy, pero busco. Buscar en la niebla es como el nadador que pierde
la costa y nada, y nada, hasta que llega a la costa. Yo todavía estoy luchando
por llegar a la costa.
Nacido, criado,
soñado
Nacido en Santa Rosa, Umazano se fue “cuando era muy
jovencito, dejé el tercer año de la Escuela Industrial e hice teatro en
Montevideo, por todo el país, estudié Teatro en Buenos Aires y fui atrevido en
todo, no sólo hice teatro y lo estudié, sino que escribí, traté de aprender
títeres, y todo aquello que hace que uno pueda tener una comunicación sanguínea
con el espectador. Lo sigo haciendo y sigo escribiendo”.
Después de esa etapa, “volví, tenía un proyecto medio
universal, irme a Europa, vine a estar unos días con mi familia y aparece la
propuesta del director de Cultura de entonces para que me quede a hacer una
asistencia de teatro… esa charla llegó a los oídos de mi mamá, me dijo que
probara un tiempo, como toda madre no quería que me fuera… y bueno… tenía 20
años, fue un año antes del servicio militar”.
“En Europa –aclara– tenía comunicaciones de algunos amigos
que estaban allá, pero era un poco tirarse a la pileta. En esa época era muy
fuerte, nadie viajaba como la gente viaja hoy que se va a estudiar un tiempo y
vuelve. Era muy difícil, de todas maneras la juventud, la inconsciencia de lo
que me podía pasar, no la ponía adelante, no evaluaba, quería ir. Pero me
quedé. Y después me casé, y pasé a ser el primer asistente técnico de teatro en
la provincia”.
–¿Te arrepentís de no
haber hecho esa experiencia en Europa?
–En algún momento, ustedes que saben por más que hagan humor
a veces tratando de decir que ignoran cosas, yo cuando leía libros de
escritores que escribían que París era una fiesta, te dan ganas de irte solo.
En ese momento sí. Pero después todo pasa.
Docente de alma
–¿Te sentís mejor
como actor, escritor, director o docente?
–Pienso que heredé de mi padre, que era un viejo socialista
docente, un poco las ganas de enseñar permanentes. Pero no tiene que ver con
una clase o algo así, sino que yo estoy charlando y de pronto me doy cuenta que
trato de enseñar algo al más joven o con el que dialogo. Me gusta un poco la
docencia, no tengo formación en las escuelas ni nada por el estilo, pero me
siento muy bien cuando hago títeres, y más que nada marionetas; me sentía muy
bien haciendo teatro como actor.
–¿Por qué dejaste de hacer
actuación de teatro?
–A veces la vida te pone mojones que no son los querés. En
algún momento tenía que subsistir con el teatro y me era imposible. Entonces me
hice titiritero y solista. Y eso me permitió subsistir durante muchos años, en
la época del proceso, haciendo títeres. Fui uno de los primeros animadores que
iba con sus títeres a los cumpleaños a domicilio, en el 78 o 79.
–¿Llegaste al títere
por una necesidad económica básicamente?
-No, no. Pero tenía una formación que tenía que ver con las
tablas, es lo que me había hecho subsistir inclusive, en los pueblos del
Uruguay y recorriendo el país. Más que manejar un martillo, manejaba estas
herramientas. Cuando el teatro, como expresión de grupo, se puso difícil porque
no cerraban los costos, subsistía haciendo títeres como solista.
–¿Y de verdad te
gusta tanto eso de andar recorriendo pueblos, o parece y no te gusta tanto?
–Vos podés hacer una cosa un momento, presionar tus ganas,
pero cuando lo hacés toda la vida hay algo adentro que tiene que ver con las
ganas. En el ’74 hice la primera asistencia técnica de teatro, que no se
conocía como actividad, ir a un pueblo a transmitir algún tipo de conocimiento
y en el cruce Trenel-Arata, prendí a las 3 de la mañana un fuego para esperar
un colectivo. Solo con el fuego.
–Eso hace acordar a
esa cosa de Darío Víttori y las recorridas por pueblos y provincias. Hoy eso se
perdió, ¿verdad?
–Se perdió, es muy difícil, el espectáculo ya entra por otro
lado, por la vista. Antes se hacía un radioteatro donde la gente construía en
su casa con la imaginación y terminaba en la puesta de ese radioteatro. Era con
una tecnología que necesitaba gritar para que se escuche y además el que
escuchaba estaba a 30 metros, tirando la teta de la vaca. Por eso se hacía a
los gritos.
Títeres, marionetas, objetos
–¿Preferís los
títeres, las marionetas o qué?
–El arte en sí es el arte de los títeres. Y dentro de los
títeres hay distintas formas de expresarse, como es una expresión netamente
técnica: la marioneta tiene hilos, está la que se pone la mano adentro y es
títere de guantes, después se mezclan con las varillitas y son mixtos… después
está el títere bocón, con dedo gordo abajo y 4 dedos arriba. Lo que pasa es que
se avanzó mucho en el teatro de objetos. El objeto es una cosa muerta si está
quieta, adquiere vida cuando uno lo mueve. Y entonces el aprendizaje es cómo
mover ese objeto para que tenga vida. Y además lo puedo construir a ese objeto,
mirá qué hermoso. Le puedo dar la forma que yo quiero, y otros hacen el mismo
tema con un muñeco totalmente distinto para decir lo mismo. Es un teatro que va
avanzando y va a avanzar mucho, porque se puede hacer desde una pobreza grande,
con una media grande y detrás de una ventana podés decir cosas importantes.
–¿Te gusta más una
función de títeres en el Teatro Español, en una kermés o un salón de una
escuela?
–Me da lo mismo. Disfruto cuando el entorno tiene que ver
con la vida y no con el hecho artístico. Hice teatro en una caballeriza,
títeres en una pileta vacía, en una cancha de tenis… En los barrios del sur
recuerdo haber hecho una función, antes de la construcción, entre médanos. Es
muy lindo trabajar con lo que te ofrece la naturaleza, el entorno tocado por la
comunidad y la acción, ese taller que tienen los políticos y que a veces no
sabemos aprovechar, que es la comunidad.
–¿El origen de los
títeres es callejero?
–Sí, claro, se van deshojando cosas y te quedás con poco:
gente, una plaza, un objeto y la palabra. No había televisión ni nada. El César
les sacó la palabra, cuando los títeres hablaban de lo que pasaba en el
palacio. Cuando se cortó la palabra, siguió la pantomima. Lo que tiene el
títere es que puede hacer lo que no puede hacer el actor de teatro. Sacarse la
cabeza y seguir hablando, pelearse con su cabeza…
–¿Hacés funciones en
estos días?
–Sí. Hago marionetas, porque el títere de guante es un poco
incómodo para uno, para los músculos de los hombros. Soy solista, se abarata el
costo, tengo todo lo necesario para una función, desde el sonido hasta el hecho
estético. Con el que quiera, hablo, sea el Estado, docentes, o quien sea.
Políticas culturales
y teatro
–¿Tenés una visión de
las políticas de Estado culturales en la provincia o en la ciudad?
–Lo que pasa es que uno quisiera un montón de cosas que
parten de las ganas, que rebalsan, de que los hechos aparezcan y a veces no es
posible tampoco. Se habla de la descentralización, que tiene un problema:
antes, hay que compartir la responsabilidad. Y esto es lo mismo, porque sino
empiezo a pedir cosas que no se pueden dar. Yo quisiera que se hicieran títeres
todos los domingos, que los chicos una vez al mes en cada escuela tuviesen
títeres… Un premio Nóbel lo dijo: “los títeres les gustan a los chicos y a la
gente inteligente”. La recreación y el divertimento transforman después a ese
niño en una persona buena.
–Y a partir de ese
ejemplo, ¿es tan difícil que los chicos tengan títeres en la escuela, es una
cuestión de plata, de voluntad, de coordinación?
–Son hechos que se deben construir con el tiempo. Si no hay
tiempo, no hay construcción. Si no hay capacitación, no hay gente. Los títeres
cumplirían funciones importantes. Producen encantamiento y es un estado ideal
para iniciar el aprendizaje.
–¿Hay una idea de
construcción en las políticas culturales, hay un camino marcado?
–Hay un intento, lo que pasa es que uno quisiera más. Las
cosas se hacen bien o mal de acuerdo a las posibilidades. Muchas veces uno le
pide al otro que haga lo que uno no es capaz de hacer. Yo en eso soy prudente.
Los que tuvimos posibilidades de estar en los dos lados nos damos cuenta del
aprendizaje maravilloso en ese taller que es la comunidad y que hay que
afrontar a través de la política. Es continuidad, porfiar, porfiar, porfiar…
Antes de jubilarme, estaba trabajando en el CREAR y un día plantee la
posibilidad de hacer títeres en las escuelas. Y en vez de fichar, hacía
funciones mañana y tarde. Tenía ganas y no sólo me ayudó a mí: la gente se
prendió. La cosa pasa por transformar.
–¿Vas al teatro, sos
crítico, sos habitué?
–No soy buen espectador de teatro. Me cuesta ir. La vida
tiene etapas, ciclos que se cumplen, incluso culturales y técnicos. Yo
pertenezco a la vieja escuela de Stanislavsky en que el teatro se analiza con
el cuerpo y la palabra es totalmente importante. Para mí hacer teatro es
exponer una idea, que tiene que estar clara y ser simple, apoyada por la
técnica; si la técnica no lo hace, si el protagonismo es de las luces, hay algo
que se cae. Si el espectáculo no es el comportamiento del actor en función de
una idea que quiere decir el autor, algo no funciona. Tengo la obligación de
proponer algo, para que lo escuche y lo vea el público, porque lo que hago ahí
arriba se lo saco a ellos. Tengo que devolverlo. A medida que van pasando los
años, cuando a uno le gusta lo que hace, aunque lo haga mal, se dedica a eso.
Juventud, divino
tesoro
Después, Umazano habla de política, y en especial de “lo que
sufrimos, lo que nos ha pasado, la desvalorización de la política que trajo
problemas fundamentales. Había un objetivo de que los jóvenes no entraran en
política, porque son la única herramienta a mano para tratar de arreglar este
lío. Eso como consecuencia ha traído fraccionamientos, pero hay algo importante
que está sucediendo: la gente joven”.
–Vos sos claramente
peronista… ¿tenés una visión de estas experiencias inmediatas y cercanas? ¿Te
parece que en La Pampa y en la ciudad se dan esas cosas, está estimulado?
–Sí, sí, sí… yo veo chicos nuevos. Tal vez no son niños,
pero sí gente joven, de unos 30 o 40 años. Es tan complejo y hermoso lo de la
política… cuando aprendés, te tenés que ir, dejar paso a alguien, y es así. Sos
concejal 4 años y cuando te sentís realmente preparado para eso, ya te tenés
que ir. La política es fácil destruirla y muy difícil construirla: necesitás
reglas, normas, formaciones interiores del ser humano. No debe haber algo más
fuerte para sacarle el interior al ser humano, para mí es una tomografía
computada del alma, que la política. Está por arriba de todo.
–¿No te parece que
vivimos en una ciudad y una provincia en la que los dirigentes se jactan del
supuesto mérito que significa “no hacer política”, y se presentan como
gerenciadores o administradores de una empresa?
–Hay un montón de cosas, es tan abarcativo… Me parece que
hasta tiene que ver la densidad de población. Por ahí en Santa Rosa tenemos
cosas pueblerinas, y no es una crítica, es la ciudad que uno quiere… Es todo
muy complejo, y más ahora.
–¿Te arrepentís de
haber sido concejal, o es más lo que rescatás?
–Rescato muchísimo. El eco no es así, a lo mejor… pero la
gente me saluda, puedo pasear. Sigo con la actitud de llegar a la casa.
–¿Qué clase de
políticos te cruzaste más: los marionetas, los bocones o los de guante?
–Los de hilo. Los hilos tienen la sensación de que se arrima
más al concepto popular: “Fulano mueve los hilos”.
–¿Y a Aldo Umazano
cuándo se le ven los hilos, cuándo se siente expuesto, en qué momento?
–Los hilos míos tal vez se vayan deteniendo de a poquito, es
el ciclo de la vida. En el interior todavía bailan y cantan y están
permanentemente alegres. Yo sigo escribiendo y a veces suele ser torturante,
muy fuerte. Pero a esta altura he aprendido en qué momento cortar para dormir.
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