por Damián Repetto
La película analiza los diversos aspectos detrás del negocio para luego ejemplificar con un caso concreto: la Columbia Británica, provincia canadiense en el límite con EEUU. Allí funciona una verdadera Union –de allí el título: es el mayor centro de producción y consumo de marihuana en Canadá. Está muy organizado e involucra a miles de personas con tareas específicas: desde el dueño de la tierra en que se cultiva, pasando por distribuidores, vendedores de abono, podadores y demás empleos intermedios.
El documental se abre con una brevísima historia de la marihuana. Se dice que hacia mediados del siglo XIX constituía uno de los cultivos agrícolas más grandes del mundo. El cáñamo -cualquier planta de cannabis con bajo contenido de THC, que es el componente psicoactivo- es una de las fibras naturales más fuertes y durables y tiene miles de usos y aplicaciones: telas, papel (dato curioso: las primeras dos copias de la Declaración de Independencia de EEUU fueron firmadas en papel de fibra de cáñamo canábico), aceites, medicinas (en esa época, casi el 50% de los remedios tenían cannabis), entre otros. Se puede utilizar para producir biodiesel y, dado que libera mucho oxígeno al medio ambiente, es un práctico control al efecto invernadero.
Un hito en la historia de la prohibición fue 1937. Ese año se crea un impuesto contra el cáñamo y la marihuana medicinal. Al parecer, uno de los principales impulsores fue William Randolph Hearst -el Citizen Kane de Orson Welles-, magnate del periodismo amarillo, quien tenía fuertes inversiones en la industria maderera y del papel. Después, con tires y aflojes, las persecuciones se intensificaron. Nixon empezó la Guerra en 1972. De hecho, un informe académico ordenado por la Casa Blanca demostró que la marihuana era inofensiva pero él lo ignoró. Su idea fue asociar la droga a los manifestantes antivietnam. De ese modo, convirtió la lucha contra las drogas en una cruzada por la seguridad nacional. Reagan siguió y profundizó el modelo. Y así hasta la actualidad.
Tres preguntas básicas estructuran el relato: 1) ¿Por qué es ilegal la marihuana?; 2) ¿cómo sobrevive un mercado tan grande en la clandestinidad; 3) si la prohibición busca “proteger” a la población, ¿funciona? Ésta es quizá la más fácil de responder: nunca funcionó porque el consumo nada tiene que ver con que sea legal o no.
El documental, fortísimo alegato en contra de la prohibición, busca derrumbar los mitos existentes en torno de la marihuana. Comienza con los mitos médicos. El primero, y más extendido, es que mata neuronas. Muestra, entonces, cómo se falsificaron y manipularon los resultados de los estudios y cómo las investigaciones modernas no sólo no encontraron muerte neuronal, sino que, en algunos casos, la marihuana estimuló el desarrollo cerebral.
Otro mito: puede provocar cáncer de pulmón. Otra mentira: si bien debe usarse con cuidado porque en grandes dosis paraliza los cilios pulmonares -pelos diminutos cuya función es atrapar y eliminar los restos de polvo y gérmenes en suspensión procedentes de la respiración- no hay ningún caso de cáncer comprobado. De hecho, se señala una paradoja: anualmente, sólo en EEUU mueren 430.000 personas por consumo de un tabaco que es regado con fertilizantes radioactivos y que, no obstante, recibe subsidios millonarios por parte del Estado.
El mito de la adicción se descarta rápido. Se dice que no hay bases para hablar de adicción: la marihuana crea hábito pero no dependencia. Pero hay otro aún: el denominado “mito de la puerta”. Según esta idea tan extendida, el cannabis es el portal de acceso al consumo de drogas más poderosas. No obstante, estudios médicos indican que no hay componentes psicofarmacológicos que inciten a otros consumos. De hecho, según The Union, menos del 1% de los consumidores habituales utilizan otras drogas.
La presión de las empresas farmacéuticas es enorme. Se sabe que más de 200 condiciones médicas responden favorablemente al tratamiento con cannabis: glaucoma, epilepsia, distrofia muscular, artritis, esclerosis múltiple, náuseas, migrañas, depresión, hepatitis C, cáncer, ansiedad (un par de pitadas nocturnas desterrarían los miles de ansiolíticos que acechan desde las mesas de luz del mundo, por ejemplo). Y, claro, con este orden de cosas colaboran tanto las facultades de medicina como los acuerdos entre médicos y laboratorios.
La comparación se cae de madura y el documental no la deja pasar: el crimen organizado en EEUU comenzó con la Ley seca. Creo que un detalle no menor en el armazón del relato es la opinión de dealers y traficantes: ninguno de ellos apoya la legalización porque, cita textual, “afectaría a mucha gente en la industria”.
Todos estos argumentos son escamoteados por los enemigos de la marihuana. En definitiva, el documental entrega una cantidad abrumadora de información y reseñarla toda llevaría demasiadas páginas. Sin embargo, es recomendable mirarlo porque sirve para ponernos en autos sobre un asunto tan difícil como apasionante. A la vez, permite comprender cómo funcionan los mecanismos del poder hegemónico en la diagramación del sentido común y los resortes económicos que ponen en funcionamiento la maquinaria discursiva mundial.
La legalización de la marihuana es un asunto que involucra tantas aristas que resulta muy difícil hablar del tema sin quedar rengo. Ahora bien, esa magnitud suele derivar en el achatamiento de los argumentos por parte de quienes se oponen y que, las más de las veces, se fundan en prejuicios, desconocimiento y en mitos que forman parte del sentido común de gran parte de la sociedad. Por ello, para aportar algunas ideas vamos comentar un documental que, además de brindar información relevante, posibilita el enriquecimiento del debate.
The Union: The Business Behind Getting High (algo así como El sindicato: el negocio que se esconde atrás de la fumada) es una producción canadiense de 2007 armada con material de archivo y entrevistas a expertos en todas las áreas.
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