Cuando Néstor Kirchner asumió como presidente era "Chirolita".
Fue
el predilecto de los apodos que le encajaron sus contrincantes, e
incluso aliados, en una época especialmente vacía de la política: vacía
de sentido, de objetivos, de razones. La política era marketing y
mercado. Y se suponía que Kirchner iba a hacer los deberes que Duhalde
-como representante de El Aparato- le dictara.
Hoy, que Néstor Kirchner murió pero está vivo el proyecto político del que él fue claramente uno de sus fundadores, los
mismos dirigentes que lo llamaban Chirolita le reconocen el que fue tal
vez uno de sus grandes méritos: haber recuperado el sentido de la
política, su capacidad de transformación y movilización, su concepción como actividad colectiva relacionada con el bien común.
Uno de los que no se fue
Néstor Kirchner, como su generación de políticos, es parte del "Que se vayan todos". Podría decirse: es uno de los que no se fue.
A
partir de ese elemental dato de la realidad, las expectativas respecto
de una acción que reformara el pasado reciente -en sus objetivos, en sus
metodologías, en el papel del Estado a la hora de la pelea de
intereses- no podían ser demasiadas.
Néstor
Kirchner, sin embargo, murió siendo líder de un proyecto que propició
notables avances, aunque también contenido por las posibilidades reales
de concretar algunas reformas, y por la voluntad política que le faltó
para terminar con algunos vicios.
Como
presidente, de todos modos, Néstor Kirchner entró en la
historia. Asumió con la convicción de fundar un proyecto que fuera, en
algunos aspectos, la contracara del neoliberalismo de los '90.
Corte y Derechos Humanos
El paso que todos le reconocen es el de haber jerarquizado a la Corte Suprema de Justicia posiblemente
como nunca en toda su historia, integrándola con miembros poco menos
que intachables, mediante una metodología también novedosa que
transparentó esas designaciones. Esa reforma judicial se quedó a mitad
de camino, por diversas razones, entre ellas la conveniencia.
Otros laureles son para su política de Derechos Humanos,
que incluyó la derogación de las leyes de impunidad, el impulso de los
juicios a los genocidas, el abrazo a las Madres y a las Abuelas y hechos
de altísimo contenido simbólico, como la recuperación de los centros
clandestinos como espacios de la Memoria. Sólo otros hechos de alto
impacto, como la propia muerte de Néstor Kirchner, desnudan lo increíble
que resulta que algunos sectores sigan reprochando que estos avances
fueron consecuencia de su "conveniencia" y no de una convicción.
En ese sentido, la decisión de no reprimir nunca la protesta social es otro logro que pasa a la historia como un avance en beneficio de la ciudadanía.
Lo antipático
Menos
unánime es el reconocimiento a otros aspectos de aquellos primeros
pasos en el poder, al que arribó con un raquítico caudal de votos, que
apenas rondó el 20%, y sin la posibilidad de una segunda vuelta que lo
fortaleciera porque el menemismo le dio la espalda a ese paso
institucional.
La recuperación de algunos elementales derechos del sector trabajador y sobre todo la reivindicación de la política como campo de debate y de acción,
a los ojos de la comunidad, fueron algunos de esos pasos adelante que
dio Kirchner en los albores del proyecto que con el tiempo quedó
bautizado por sus seguidores como nacional y popular.
Desde lo político, la decisión de dar "la madre de todas las batallas",
aquella elección en la que con Cristina al frente confrontó contra el
duhaldismo, fue el gesto de mayor potencia y la certeza de que al flaco
desgarbado que había llegado desde la Patagonia -donde había liderado
varios gobiernos con cierto tinte feudal- le quedaba mejor el apodo de Pingüino que el de Chirolita.
Néstor Kirchner tuvo a su cargo, también, las cuestiones más antipáticas que corresponden a un proyecto político:
fue el encargado de los asuntos más sucios, el que durante su gestión
pactó con el mismo Grupo Clarín que después fue el diablo mismo, el que
gestó las alianzas con los sectores mafiosos del PJ bonaerense, el que
tras el fallido intento de una transversalidad más pulcra contuvo la
estructura del peronismo con sus gobernadores adentro, el que tendió los
puentes más firmes con el sindicalismo de viejas prácticas, que le dio a
su gobierno -y al que siguió- sustentabilidad y un brazo fuerte a mano
en situaciones de crisis.
FMI y Latinoamérica
Para despegarse de las políticas del Fondo Monetario,
Néstor Kirchner eligió pagar. Puso 10.000 millones de deuda de un
saque, a cambio de que no le dieran más indicaciones a la Nación. A tono
con la firme determinación de que el Estado metiera la cola para
"distribuir la riqueza". El mercado dejó de ser un dios.
Esas resoluciones fueron de la mano con una alianza novedosa y potente: de la mano de Néstor Kirchner Argentina
abandonó sus relaciones carnales con Estados Unidos y eligió formar
parte de un bloque Latinoamericano que no le tuvo miedo a las decisiones
"populistas", en el mejor de los sentidos y a veces en el peor también.
Kirchner
eligió algunos enemigos y otros le cayeron del cielo. Eligió algunos
amigos y otros no tuvo forma de sacárselos de encima. Tuvo desde el
inicio de su gestión presidencial una relación de tensión y
desconfianzas con quien era su vice, Daniel Scioli, siempre niño mimado del establishment.
Su estilo, algunas decisiones de fondo, el posicionamientio de ciertos actores sociales, provocaron reminiscencias del primer peronismo,
incluso en el lenguaje. Reaparecieron los "cabecitas negras" y los
"oligarcas"; la "justicia social" y las "prácticas fascistas", según
quien fuera el orador. Revivieron odios y fanatismos, quizá como efecto
colateral de la puesta en discusión de un modelo de nación, de una puja
de intereses, de una definición de identidades.
Decididamente, para entonces, se había reinstalado
la política como actividad colectiva en la que las personas definen
posiciones, valores, objetivos, metas, aliados y sueños. La política, esa mala palabra,
volvió a ser asunto de todos los días. La política volvió a las mesas
familiares, a los centros de estudiantes, a los medios de comunicación. Y
también a la calle, y a los actos.
El conductor
Mucho más que como presidente, Néstor Kirchner pareció cómodo en su papel de conductor. Fue
líder del espacio que ayudó a gestar. Fue estratega y arquitecto de ese
plan. Y conciente, además, del perfil propio, las potencialidades y las
ideas de Cristina Fernández de Kirchner, su esposa presidenta.
Tanto
cambió la mano que las descripciones de quien era Chirolita de pronto
fueron todo lo contrario: se dijo que Néstor Kirchner gobernaba desde
las sombras, que su esposa era en realidad rehén de sus deseos, que la
presidenta era una mera figura decorativa de las decisiones y voluntades
del expresidente.
Ese
fue uno de los relatos predilectos, sobre todo de los grandes medios,
en la disputa por la Resolución 125, cuando el kirchnerismo en pleno
comprendió que uno de sus grandes errores había sido el de la mentada "Concertación Plural",
cuando apostó a una coalición con sectores conservadores, bajo el
objetivo de alcanzar poderío electoral. Ese tiro le salió por la
culata: Julio Cobos,
el vicepresidente, armó una figura política nacional prácticamente de
la nada y con el único detalle importante de oponerse al gobierno del
que forma parte.
La
pelea contra (algunas de) las corporaciones marcó las últimas horas de
Néstor Kirchner. Tras la derrota electoral de 2008 redobló la apuesta y
respaldó al gobierno que fue por la Ley de Medios, la Asignación
Universal por Hijo, el matrimonio igualitario, el caso de Pepel Prensa y
otras decisiones que obligaron a dirigentes y ciudadanos a tomar
posición y abanadonar la neutralidad.
Su
proyecto tiene enormes deudas y cuestiones pendientes, o nichos de
mugre que no quiso o no pudo tocar. Siguen vigentes aspectos de
corrupción estructural; la presencia de los amigos que rondan el negocio
con el poder; la alianza con algunos indeseables; la falta de límites
para la minería, o los juegos de azar; ciertos aspectos oscuros de su
propio crecimiento patrimonial.
Poner el cuerpo
En
los últimos tramos de su trayectoria, con sus problemas de salud a
cuestas, no encontró freno. Puso el cuerpo por el gobierno de Cristina,
movilizó, fue ácido con los poderes concentrados que se le opusieron,
convocó con escenografías y con argumentos, a veces sonó como dique
de contención para algunos sectores del propio peronismo que siguen
viendo en Cristina a "una mujer" , o a "una montonera", o a alguien
decidida a implementar medidas que patean ciertos nidos que la tradición
no pateaba.
Como líder del proyecto al que llamó nacional y popular, Kirchner murió militando de un lado, esquivando neutralidades. Pino Solanas le hizo uno de los mejores reconocimientos, diciendo que la política le pasó por el cuerpo. Martín Sabbatella, uno de los aliados post- "Que se vayan todos", habló del agujero que queda, pero también de la huella que está marcada. Juan Cabandié,
otro joven de la nueva época (y además, como imponente metáfora de este
país, hijo de desaparecidos), advirtió que "nuestro duelo es la lucha".
Sonaron
también algunas voces ahora tan extrañamente conciliadoras, repitiendo
que es la oportunidad del "consenso" y llamando, con ese eufemismo, a
abandonar las mejores cosas de un proyecto político que está tan vivito y
coleando como la derecha retrógrada que quiere volver el tiempo atrás.
La
muerte de Néstor Kirchner instala un enorme interrogante respecto del
futuro, pero el desafío no suena imposible porque el gran mérito de ese
ex presidente fue reinstalar la política -su acción, su palabra, su
discusión- en la esfera pública, devolver la dimensión transformadora de
los colectivos organizados que pelean por una idea.
Ahora que murió, y se sabe mejor quién es, alguien diría: "Chirolita, las pelotas".
(*) El artículo fue publicado el 27 de octubre de 2010, en El Diario y en DiarioFisgón
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