Por Damián Repetto
¿Cómo narrar el
horror? ¿Cómo se cuentan la desaparición, la muerte, la tortura? ¿Se puede
hacer literatura con una herida tan grande? Desde principios de los '80 y aún
antes, algunos de los mejores narradores argentinos vienen ensayando, con enfoques
y resultados desiguales, respuestas a estos interrogantes, acercamientos
literarios a todo lo que involucra el horror de la última dictadura
cívico-militar. Ojo: literarios porque la ficción se rige por unas reglas tan
propias como difíciles de definir, pero que en ningún caso pueden ser reducidas
al documento histórico o de época.
Por eso, su “efectividad” no debe buscarse en el modo en que se adecua mejor o peor a determinadas circunstancias históricas. Sin desentenderse de ello, la clave está en la manera en que por medio de su herramienta fundamental, que es el lenguaje, presenta una visión particular de ese mundo.
Por eso, su “efectividad” no debe buscarse en el modo en que se adecua mejor o peor a determinadas circunstancias históricas. Sin desentenderse de ello, la clave está en la manera en que por medio de su herramienta fundamental, que es el lenguaje, presenta una visión particular de ese mundo.
Hay muchas
novelas, cuentos y poemas que, de manera directa o lateral, encaran el asunto y
sólo hacer un listado llevaría demasiadas páginas. Acá interesa comentar un
relato breve de Juan Sasturain (foto): “Versión de un relato de Hammett”. En este
cuento de 1984, se narra la historia de Hugo, un ex exiliado que se encuentra falsificando un relato del escritor
de policiales norteamericano Dashiell Hammett.
Su intención es vender esa
falsificación a una revista española como traducción de un inédito. Hugo está
en un departamento de Buenos Aires, con Chacha, la pequeña hija de su pareja,
mientras ésta participa en una marcha en reclamo por la liberación de los
presos políticos, entre ellos el padre de su hija. Los pocos datos que entrega
el cuento permiten saber que está ambientado en la transición de la última
dictadura a la democracia.
El cuento se
abre en cursivas con la supuesta traducción del relato de Hammett (foto), que
alternará con la historia de Hugo, Chacha y su madre. Esta alternancia se
repetirá en todo el texto y ambas historias se mezclarán e influirán
mutuamente. La escritura que Hugo pretende hacer pasar por cuento perdido nos
ubica de lleno en el mundo del policial negro: en un pequeño departamento un
par de matones, pistola en mano, se disponen a cobrar una deuda. La violencia,
en esas primeros pasajes, queda recluida en el ámbito tranquilizador y
controlable de la literatura.
El ritmo de la
traducción lo interrumpe Chacha, quien interroga a Hugo sobre el significado de
algunas palabras, el destino de los personajes, su aspecto. La niña,
finalmente, se va a dormir y Hugo continúa con la escritura hasta la llegada de
la mujer, quien viene de la manifestación mentada. A partir de la convergencia
de las dos historias, el relato problematiza la posibilidad de dar cuenta de la
violencia ejercida desde el estado y de la forma en que irrumpe y atraviesa los
cuerpos. En efecto, el espacio de la violencia ficticia instaurada por la
imitación del estilo hammettiano y la historia típicamente negra es
interrumpido y reemplazado por el de la violencia ejercida sobre los cuerpos
reales.
De a poco, la
violencia contenida en el ámbito del texto comienza a invadir el departamento.
Ese desplazamiento se evidencia con la llegada de la pareja de Hugo. En los
primeros instantes hablan acerca del relato, el precio que van a pagar, la
ingenuidad de los editores y demás. No obstante, la charla se pone más tensa
cuando empiezan a hablar de lo otro,
del afuera del texto, de una realidad en que, del otro lado de la puerta, se
ejerce la violencia desde el Estado: “Hubo un silencio breve. Hugo hizo ruido
con el espaciador de la vieja Remington. ‘¿Cómo estaba?’, dijo. 'Como siempre,
como todas las semanas: mucha represión y cada vez somos menos los que vamos...
La novedad de hoy fue que no podíamos quedarnos quietos en un lugar, había que
circular... Viste cómo es Caseros. Además, nos prohíben llevar pancartas. Sólo
repartir volantes'”.
La mujer lo ataca, descarga sobre el hombre la ira que le provoca su
pasividad, su encierro, acaso su miedo. Para escapar, Hugo vuelve a la
escritura, a la traducción, a la violencia manejable y concentrada en el ámbito
de la literatura. Pero la mujer vuelve a la carga, acusándolo de cagón. El
insulto da pie a la escena que completa el sentido del texto y la violencia
ejercida por la dictadura sobre el cuerpo de los detenidos se materializa.
El
lector descubre, entonces, que Hugo ha sido torturado con extrema violencia: “Hugo
giró la cabeza, la miró de frente y sonrió. Después, con un movimiento rápido y
preciso se sacó la prótesis y expuso las encías devastadas, los pozos donde
habían estado sus dientes. Se abrió la camisa y en el lugar de las tetillas
había dos manchas de piel arrasada y brillante. ‘Basta’, dijo ella. Pero ya
Hugo se llevaba la mano al cierre del pantalón, se ponía de pie. ‘Esto lo viste
anoche pero igual te quiero hacer acordar de cómo lo tengo...’, balbuceó”.
Entonces: se pasa de la violencia contenida en el espacio del género
literario a la política y estatal, que atraviesa y condiciona la vida de todos:
las de quienes fueron torturados y sobrevivieron, la de los desaparecidos, las
de sus familiares y amigos, las de quienes reclaman justicia y también, aunque
no les guste, las de quienes fueron cómplices o miraron para otro lado.
Cualquier
traducción “traiciona” el original, y esta metáfora le sirve a Sasturain para poner
en discurso las dificultades de ser fiel al relato del cuerpo torturado. En
definitiva, ¿qué lee la sociedad en las marcas de un cuerpo atravesado por la
violencia? ¿Son las heridas y cicatrices como palabras?
¿Qué historia cuentan?
¿Cómo se dice ese dolor, que es individual e intransferible, y a la vez público
y necesitado de enunciación? ¿Qué se hace con los cuerpos torturados de la
democracia, en cárceles u otros centros de detención?
Sobre éste y
otros interrogantes sin respuesta directa suele echar luz la literatura. Un
simple caso, mínimo si se quiere, permite reflexionar sobre todo el proceso. Allí
donde la sociología, el psicoanálisis, la historia, el periodismo y demás
etcéteras suelen quedarse de a pie, está la ficción para ayudar.
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