Por Damián Repetto
“¿Será
posible?”. Con estas palabras, pronunciadas por un estupefacto Germán, el
historietista, termina El Eternauta.
En medio de su relato, Salvo comprendió que, de tanto saltar en el tiempo y el
espacio, llegó a la Tierra unas años antes de que comenzara la invasión y
busca prevenir a su familia y amigos. La historia, así, es un círculo borgeano
que se cierra con la repetición de la escena inicial. Este desenlace, si bien
abierto, parecía inhabilitar las continuaciones. De hecho, hubo que esperar 20
años para que Oesterheld se decidiera a escribir un nuevo guión. Para ese
momento, los de entonces, el autor y el país, ya no eran los mismos.
Sin embargo,
antes hubo una reedición que adelantaba algunos de los cambios estéticos y
políticos que vendrían en la 2° parte. En mayo de 1969, comenzó a salir en la
revista Gente la exitosa historia del
57, redibujada por el uruguayo Alberto Breccia. Para esa ocasión, Oesterheld
introdujo algunos cambios: los humanos saben desde un principio que se trata de
una invasión extraterrestre y las grandes potencias negociaron con los
alienígenas la entrega de Latinoamérica a cambio de su salvación. Poco tiempo
después, la editorial exige a Oesterheld que acorte la trama. Se adujo que el
dibujo experimental de Breccia, en pleno camino hacia un expresionismo
desbocado, no era bien recibido por los lectores. Tras bambalinas, se habló del
temor a los ribetes antimperialistas del texto.
Esta posición se
radicaliza en la continuación del libro. El
eternauta II comienza a publicarse en 1977, en la revista Skorpio.
En plena Dictadura, el texto no es ya el de un simple guionista de
historietas de aventuras; antes bien, es el texto de un militante político,
comprometido con una organización armada como Montoneros.
La aventura se
abre en el punto donde terminaba la anterior. Germán, que será uno de los personajes
principales de la nueva historia, se acerca a la casa de Salvo, quien lo
desconoce y parece haber olvidado todo. El guionista cree que se imaginó todo o
que está volviéndose loco. No obstante, lo invitan a quedarse. Comienzan a
jugar al truco, pero se ven arrebatados por una especie de torbellino y son
llevados dos siglos al futuro. El paisaje es desolador: la ciudad se ha
convertido en un páramo, fruto de las explosiones atómicas del enfrentamiento
entre humanos e invasores. La guerra no sólo cambió el paisaje, sino que la
radiación produjo severas mutaciones en la fauna. Al principio creen que son
los únicos humanos, pero no tardarán en conocer a los Zarpos -mutantes bajo el
mando de los Ellos- y al Pueblo de las Cuevas, descendientes de quienes consiguieron
sobrevivir.
Los humanos
retrocedieron hasta la Edad de Piedra: van escasamente vestidos, viven en
cavernas, se alimentan de la caza, la pesca y la recolección y son sojuzgados
por los Ellos, a quienes deben pagar tributo en pescado. En el momento en que
el Eternauta llega a las cuevas, un Mano advierte a los habitantes del lugar
que el tributo aumentó: deben entregar tres veces más pescado y 500 hombres de
20 y 25 años (más tarde descubrirán que la sangre humana es la energía vital
que necesitan los motores de la nave espacial para ponerse en marcha). Se
produce entonces un giro que venía anunciándose desde las primeras viñetas:
Salvo organiza al Pueblo de las Cuevas y encabeza la revolución contra El
Fuerte, el centro de mando de los Ellos.
Salvo también ha
mutado y ya no es el tímido padre de familia de la primera historia: tiene
fuerza sobrehumana y poderes para leer la mente. Estas capacidades lo
convierten en un líder fuerte, carismático, duro. El héroe colectivo de la
primera entrega no ha desaparecido del todo, pero sí se desdibuja. Los hombres
trabajan solidariamente en la fundición y en la forja para fabricar armas que
permitan enfrentar al enemigo, pero siempre bajo la mirada atenta y el mando de
Salvo quien, como Favalli, es el único que comprende la magnitud de los
acontecimientos. Y ese conocimiento lo aisla y lo carga de responsabilidad.
Mientras los habitantes de las cuevas continúan con la pesca y clandestinamente
fabrican armas y cañones, Salvo emprende con un pequeño grupo un ataque comando
al Fuerte. En ese tránsito no duda en sacrificar a sus compañeros con tal de
cumplir el objetivo fijado. “Lo siento… era necesario que desaparecieran, pero
su sacrificio no será en vano… ¡Gracias a ellos todavía podemos luchar contra
el Fuerte! ¿Qué importan unas cuantas vidas?”. La lógica implacable del
Eternauta se impone a sus compañeros, quienes comprenden que la causa se impone
por sobre los hombres: “¡Lo que importa es salvar al Pueblo de las Cuevas!”,
afirma el protagonista con una vehemencia que llevará hasta las últimas
consecuencias. Creo que las relaciones con el contexto de producción son demasiado
evidentes como para extenderse al respecto. Baste decir que, como militante
activo, Oesterheld conocía muy bien el alcance de las palabras de sus
personajes.
Después de este
pasaje, Salvo consigue llegar hasta el centro de mando del Ello. Esta vez el
mal tendrá un cuerpo, pero será una nube de gases amorfa. Para abreviar: Salvo
consigue hacer explotar el Fuerte y mata al Ello, pero un ataque de Zarpos está
en marcha. En ese momento, debe optar entre salvar a su familia y amigos o
salvar a los habitantes de las cuevas. El Eternauta, que en la primera historia
recorría la eternidad buscando a su esposa e hija, decide -o comprende, no sé
cuál es el verbo adecuado- salvar a “la gente”, como él la llama. Después, la
tristeza, la muerte y un mundo que comienza
a crecer desde las ruinas. El libro tiene un cierre casi esperanzador:
un nuevo viaje en el tiempo deposita a Germán y Salvo en diciembre de 1976. En
una viñeta que parece tomada del final de Casablanca,
Germán y el Eternauta se alejan
caminando por una plaza, a la búsqueda de aquellos con quien enfrentar al mal
encarnado en las botas.
Según Juan Sasturain,
“la primera parte es un relato que explora la realidad; la segunda una fábula
que la interpreta”. ¿Cuál es la enseñanza, si cabe enunciar una? Supongo que el
mensaje es un llamado a la acción. Sea como fuere, las diferencias de calidad
entre una y otra obra son evidentes. Sin embargo, el juicio estético queda
obturado cuando se analiza el destino trágico de Oesterheld quien, como Walsh,
por ejemplo, puso su pluma y su vida al servicio de una causa que aún no pudo
concretarse. “Cuando se tiene algo que
decir, se escribe en cualquier parte”, escribió Arlt en la introducción a su
novela Los lanzallamas. Y el
resultado, casi siempre, encierra la violencia de un “cross a la mandíbula”.
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