lunes, 3 de septiembre de 2012

Escafandras

Por Damián Repetto

¿Qué puede decirse sobre El Eternauta que, a esta altura, no haya sido dicho? ¿Es posible agregar algo al mar de páginas que rodean, lo circundan y a veces ni lo tocan? Es probable que no. Pero, en estos tiempos en que se desató la polémica, quizá resulte útil recordar de qué se trata esa obra, sobre todo si queremos salir de ciertos reduccionismos con que se ha tratado el libro en los medios de comunicación. Porque, claramente, la historieta es bastante más que el dibujo de un hombre con traje de buzo, escafandra y fusil al hombro, tenga la cara que tenga (anoto un detalle: estoy usando la edición más popular y barata de El eternauta de los últimos tiempos; es la que publicó Clarín en 2004 en la Colección “Biblioteca Clarín de la Historieta”. Paradojas, que le dicen).


El Eternauta es una típica historia de “Continuará”: se publicó en la revista “Hora cero semanal” entre septiembre de 1957 y 1959, es decir, durante 105 semanas. Los guiones estaban escritos por Héctor Germán Oesterheld y los dibujos eran obra de Francisco Solano López.

De Osterheld conviene recordar dos cosas. La primera, que es el gran difusor de la historieta argentina y uno de sus mayores creadores, al punto que inventó no sólo una enorme gama de personajes (el Sargento Kirk, Ernie Pike, Mort Cinder, Sherlock Time, por nombrar algunos célebres), sino que también creó un nuevo tipo de historias, alejado de las estructuras y los convencionalismos del mercado yanqui. Segundo, que, debido a su militancia y compromiso, es uno de los 30.000 desaparecidos. Cuando los grupos de tareas lo secuestraron de su refugio en la clandestinidad, ya habían desaparecido sus cuatro hijas: Estela, de 25 años; Diana, de 24; Beatriz, de 19 y Marina, de 18. Eso, entre otras cosas, era Oesterheld.

La aventura se abre con Germán, un guionista de historietas. Mientras trabaja en su estudio, se le materializa un sujeto, quien se hace llamar Eternauta, viajero del tiempo, navegante de la eternidad. En esa fría madrugada, Juan Salvo, el eternauta, contará su historia.

Salvo se encontraba en su chalet de Vicente López junto a su esposa Elena y su hija Martita, jugando al truco con sus amigos Favalli, Lucas y Polsky. De repente, comenzó a nevar, una extraña nieve fosforescente que mata al contacto con la piel. Al principio, creen que se trata de una explosión nuclear, pero no tardan en descubrir que se trata de una invasión extraterrestre. Sabrán, entonces, que la nevada es un arma de los invasores y que a ésta le seguirán Cascarudos, Manos, Gurbos y los misteriosos Ellos.

En los pasajes iniciales, lo importante no es la nevada en sí, sino, más bien, el aislamiento y las estrategias que la microsociedad encerrada en el chalet despliega para sobrevivir. En un mundo que ha retrocedido a la “ley de la selva”, lo importante es la organización tendiente tanto a la búsqueda y racionalización de los recursos como a la defensa frente a un hipotético ataque externo. En estas líneas quedan establecidas ciertas pautas fundamentales que habilitan algunas de las lecturas que se han hecho últimamente.

Ahora bien, las reacciones de Salvo y cía. responden a los marcos ideológicos de su clase. Son, todos, emergentes de la pequeña burguesía que se afianzó y expandió durante el peronismo. Juan Salvo es dueño de una pequeña empresa de transformadores, Favalli es docente universitario de física, Lucas Herbert es empleado bancario y Polsky un jubilado. La preocupación burguesa pasa, obviamente, por la resistencia como grupo, por la supervivencia. Con el aislamiento de la casa para impedir la entrada de la nieve, los personajes se aíslan virtualmente de la catástrofe.

Pero el afuera existe y actúa y muy pronto comprenden que deben salir a buscar remedios, armas, más alimentos. Así aparecen las escenas más famosas: la fabricación del traje aislante y la primera expedición hacia un mundo que en cuestión de horas se ha vuelto irreconocible. Iconoclastas y constructores de mitos se detienen en la imagen que muestra a Juan Salvo mientras sale de la casa y observa la muerte crecer a su alrededor. Olvidan, entonces, el resto del libro. Trabajan con el recorte, el fragmento, la omisión. Para no abundar en detalles y no arruinarle la historia a nadie, baste decir que habrá una leva llevada adelante por algunos militares sobrevivientes en Campo de Mayo, que buscan llegar a la Cordillera. Habrá muchos enfrentamientos; los más famosos acaso sean el primero, en la Avenida General Paz y otro que acontece en la cancha de River.

En medio de la lucha, Favalli y Salvo toman conciencia de haber nacido a una nueva forma de solidaridad, que omite las diferencias de clase: la causa común une a grupos que hasta hace pocas horas estaban enfrentados. De hecho, anota Sasturain, son los representantes de la clase obrera, como el tornero Franco, los luchadores más aguerridos. No es difícil ver cuáles son los usos del texto que pueden operar desde la coyuntura actual: la causa común une por sobre las diferencias y se debe trabajar por el proyecto común que, más o menos, puede resumirse en la fórmula “defender las conquistas e ir por más” en un mundo que se cae a pedazos.

La novedad fundamental del libro fue ambientar una historia de ciencia ficción en pleno Buenos Aires. No obstante, El eternauta tiene dos hallazgos aún más importantes. Por un lado, la idea tan repetida del héroe colectivo: a diferencia de lo que sucede en las historietas clásicas acá no hay un sujeto superpoderoso que soluciona todos los problemas. No, es la unión, la solidaridad entre los hombres, la que hace la fuerza. Por eso, resulta curiosa la insistencia en asimilar al ex presidente Kirchner con Juan Salvo porque en el libro no hay ningún líder que se destaque. Y si lo hay, pese al nombre de la historieta, ese personaje es Favalli, el único que comprende en todo momento qué sucede y como, pese a los triunfos parciales, la humanidad está condenada.

El otro “descubrimiento” del libro es la idea de un enemigo invisible, que sólo se muestra a través de sus actos y del dominio que ejerce sobre otros. Los humanos creían que Cascarudos y Gurbos, pero se dan cuenta de que son sólo unas criaturas dominadas por un dispositivo a control remoto por los Manos. Cuando capturan un Mano, descubren que son prisioneros y que los verdaderos enemigos son los Ellos. El líder nunca da la cara; domina desde las sombras.

La inteligencia de un narrador se observa en las sutilezas: Oesterheld no recurre a un nombre sonoro y estrafalario para nombrar el “mal”, sino que opta por un el pronombre personal. “Ellos” es una palabra llena de sentido, pero al mismo tiempo vacía, cuyo contenido se renueva en cada situación concreta. No sabemos quiénes son Ellos, pero sí que son poderosos e implacables.

Los clásicos tienen la virtud de hablar el idioma de la época que los lee y ninguna de esas lecturas es errónea, en la medida en que el sentido de un texto nunca está cerrado. Es más: ningún libro dice nada hasta que un lector los hace “hablar”. Por eso, para tener una visión más completa, independiente de las discusiones y chicanas que se cruzan en los pasquines, conviene asomarse al libro. De otro modo, nunca vamos a saber qué cara tienen los malos.

Acá, te bajás el libro completo

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