Yo no voy, claro que no voy.
Que no vaya no significa que piense que está todo bien, que no hay nada que criticar o que cambiar. No significa que yo no esté también enojado por algunas cosas. Significa que creo que este país de hoy es mucho mejor que los distintos países hipotéticos que me proponen los que me invitan a marchar contra el gobierno — tanto los dirigentes que lo hacen públicamente como muchos conocidos de Facebook, o las cadenas de mails que recibo, o los personajes públicos más representativos que sé que estarán ahí tratando de capitalizar la protesta. La mayoría, en realidad, no me propone nada más que el antikaísmo, pero los pocos que dicen qué quieren me asustan. Que no vaya significa también que en los últimos casi diez años vi al país yendo en una dirección muy parecida a la que siempre quise y por la que milité muchos años, con aciertos y errores, con marchas y contramarchas. Y que hoy siento que estamos mucho mejor que antes de 2003. Significa, también, que no creo que las opciones que se presentan —no una abstracción idealizada, sino las realmente existentes y disponibles— sean mejores. Al contrario, creo que son nefastas.
Que no vaya no significa que piense que está todo bien, que no hay nada que criticar o que cambiar. No significa que yo no esté también enojado por algunas cosas. Significa que creo que este país de hoy es mucho mejor que los distintos países hipotéticos que me proponen los que me invitan a marchar contra el gobierno — tanto los dirigentes que lo hacen públicamente como muchos conocidos de Facebook, o las cadenas de mails que recibo, o los personajes públicos más representativos que sé que estarán ahí tratando de capitalizar la protesta. La mayoría, en realidad, no me propone nada más que el antikaísmo, pero los pocos que dicen qué quieren me asustan. Que no vaya significa también que en los últimos casi diez años vi al país yendo en una dirección muy parecida a la que siempre quise y por la que milité muchos años, con aciertos y errores, con marchas y contramarchas. Y que hoy siento que estamos mucho mejor que antes de 2003. Significa, también, que no creo que las opciones que se presentan —no una abstracción idealizada, sino las realmente existentes y disponibles— sean mejores. Al contrario, creo que son nefastas.
Y las opciones en política no son: esto o el ideal puro que
no está ahí, sino esto o las alternativas que están ahí o que nos proponemos
seriamente construir. La mayoría de la gente con la que construiría algo está
más cerca que lejos del gobierno, aunque cerca haya, también, algunos con los
que no construiría nada. Por eso lo miro medio de afuera. Pero no de la vereda
de enfrente.
No me imagino el país gobernado por ninguno de los
candidatos que perdieron contra Cristina en 2011 y 2007, o contra Néstor en
2003. A él no lo voté, y me arrepiento. A ella sí, y no me arrepiento. Si
hubiera ganado la candidata a la que le puse mi voto en 2003, creo que el país
habría explotado hace rato y estaríamos peor que en el 2001. Ese voto fue una
locura, pero aprendí del error. Podría hacer una lista enorme de los avances
que se produjeron durante el kirchnerismo (sociales, económicos, culturales,
educativos, políticos, en materia de derechos conquistados, de mejoría en la
calidad de vida de la mayoría o del posicionamiento del país en la región y en
el mundo). No creo que el kirchnerismo sea lo menos peor, creo sinceramente que
ha sido un período muy bueno para el país, o al menos para el país que yo
siempre quise. Podría, también, hacer un montón de críticas. Pero en mi balanza,
lo primero pesa mucho más que lo segundo. Mucho más. Y siempre, en política,
hay peso de los dos lados de la balanza; el tema es cuánto de cada lado.
No. No creo que los que van a marchar hoy sean todos
golpistas o fachos. Conozco a mucha buena gente que va a ir. Tampoco creo que
vayan todos por el dólar, para defender a Repsol o para apoyar a Cecilia Pando
— aunque, si a una marcha convoca Cecilia Pando, yo no iría aunque fuese sólo
por eso. Pero no es sólo por eso. No creo, de hecho, que todos los que van a
marchar hoy vayan por lo mismo, sea lo que sea. Y ese es uno de los problemas
del #8N. Es una marcha de gente a la que lo único que la une es estar en contra
del gobierno, aunque cada uno esté en contra por diferentes razones. ¿Cuál es
el contenido del #8N? ¿Qué es exactamente lo que quieren? ¿Qué resultado
político de la marcha sería, para ellos, una victoria? ¿Qué esperan que pase al
otro día?
Los que fogonean desde distintos aparatos, quieren desgastar
al gobierno. Pero los que van, en su mayoría, creo que ni saben lo que esperan
conseguir.
Algunos van a marchar porque les molesta la política de
derechos humanos. Sí, hay un montón de esos, no me lo podés negar. Otros porque
les molesta la cadena nacional, que a mí me parece una boludez, aunque le
aconsejaría a Cristina no usarla tanto. Otros por la corrupción, que sí, la
hay, y está muy mal, como la hay en la oposición. Otros por el Indec, que sí,
es un mamarracho indefendible. Otros porque están en contra del matrimonio
igualitario, o sea, en contra de mis derechos. Otros porque quieren comprar
dólares, y entre esos hay varios subtipos — coincido con algunos, discrepo
absolutamente con otros. Otros porque dicen que este gobierno es una dictadura:
esos están locos o no tienen idea de lo que es una dictadura. Otros porque
están en contra de la ley de medios. Otros porque les cae mal Moyano, que hasta
ayer era aliado del gobierno. Otros porque están con Moyano, que ahora está en
contra del gobierno. Otros porque votaron a Lilita Carrió y les molesta mucho
que haya perdido; esos son poquitos. Otros porque lo quieren a Macri de
presidente, y otros porque lo quieren a Binner, aunque es probable que entre
unos y otros piensen diferente en casi todo. Otros porque son trotskistas, y
están en desacuerdo con todos los demás. Otros porque están en contra de una
reforma de la Constitución que permita la re-reelección, que al día de hoy el
gobierno no propuso en el Congreso y, si propusiera, no conseguiría. Paja.
Otros porque quieren que vuelvan los militares, mamita. Otros porque están
enojados desde la época del conflicto del campo. Otros porque creen que la
Asignación Universal por Hijo sólo sirve para mantener vagos. Otros porque
Larroque es un patotero. Otros porque Moreno es un patotero. Con esos dos estoy
de acuerdo. Otros por la tragedia de Once y porque los trenes son un desastre.
Con esos también estoy de acuerdo. Otros porque no se bancan que una mujer sea
presidenta. A esos los detesto. Otros porque son antiperonistas, porque sus
papás eran antiperonistas, porque sus abuelos eran antiperonistas — qué
anacrónicos. Otros porque creen que hay que voltear a la Yegua, fachos
misóginos de mierda. Otros porque no les gusta 678. Otros porque les gusta el
programa de Lanata. Otros porque Cristina no hace conferencias de prensa. Otros
porque los invitaron sus amigos por Facebook. Otros porque la Presidenta llegó
tarde a una foto en una reunión del Mercosur (Susana Viau y un par más). Otros
porque no les gusta Chávez. Otros porque sí les gusta Chávez, pero no Cristina.
Otros porque quieren la revolución socialista. Otros porque este gobierno es
muy zurdo y está lleno de montoneros. Otros porque les cae mal Diana Conti — a
mí me cae peor. Otros porque no les gusta Kicillof. Otros porque les gusta
hacer quilombo. Otros porque son radicales. Otros porque son conservadores.
Otros porque son radicales y conservadores, algo posible sólo en Argentina.
Otros por el fútbol para todos y la pauta oficial. Otros porque tienen miedo de
que La Cámpora secuestre a sus hijos y se los coma. Otros por la inflación, que
es un problema real y concreto. Otros por la inseguridad, que es un fenómeno
inflacionado y mal explicado, pero también existe.
¿Qué hace que toda esa gente que piensa tan distinto se
junte en una marcha contra el gobierno? Evidentemente, parte de la
responsabilidad es del gobierno, que no ha sabido comunicarse con los que
piensan más parecido y ha hecho cagadas graves que lo enemistaron con gente que
podría apoyarlo (el Indec, la inflación, Moreno, el cepo cambiario, la guerra
estúpida contra los periodistas que no son “del palo”, cierta prepotencia
verbal, una desastrosa política de transportes, la corrupción, etc.). Otra
parte tiene que ver conque la marcha de espontánea no tiene nada: hay grupos
políticos y sociales que han sabido identificar todos esos motivos de enojo e
insatisfacción y canalizarlos através de esta convocatoria, con un buen aparato
publicitario y mediático. Otros porque es lógico que vayan: son los que están
en contra del rumbo ideológico del gobierno, y eso es parte del juego. Son los
que están en contra de las cosas con las que yo estoy a favor, ponele. Con
relación a esos, que son muchos, parte de la responsabilidad es de la
oposición.
Sí, de la oposición, que no ha sabido darle a los distintos
sectores que componen ese universo heterogéneo “anti K” un canal dentro del
sistema democrático para sentirse representados y convocados a participar de un
proyecto de gobierno alternativo que dispute el poder, más a la derecha o más a
la izquierda. El gran desafío que plantea el #8N para la democracia no es que
esa gente sea golpista —sí, algunos lo son, pero son minoría y no hay espacio
para que volteen ni al administrador del consorcio—, sino que no hay quien la
represente. El país tiene un gobierno fuerte, que controla los resortes
institucionales y tiene su aparato, con un proyecto de poder y políticas que
convocan a distintos sectores sociales, que cuenta con la adhesión de poco más
o poco menos de la mitad del país (según las últimas elecciones, poco más;
según algunas encuestas posteriores, poco menos, pero no caben dudas de que hay
una parte importante del país que se siente parte de este proyecto o lo
respalda), y del otro lado no hay nada. Ni por derecha ni por izquierda hay un
modelo de país alternativo, un programa mínimo de gobierno, un partido y
dirigentes que sean capaces de representarlo. La oposición es la nada y si le
regalaran las llaves de la Casa Rosada no sabrían qué hacer.
No somos como Venezuela. En Venezuela está Chávez, pero
también, ahora, está Capriles. Por eso ahora la polarización está mejor
resuelta que hace unos años.
Macri dice que se siente representado como ciudadano por el
#8N y yo me imagino a un cientista político quemando sus libros. ¡Es la
oposición la que debería tratar de representar a esa gente, o mejor, a cada uno
de los segmentos ideológicos que la componen y precisan de representaciones
políticas distintas, y no esa masa amorfa la que debe representar a los
dirigentes opositores que comentan el país por Twitter!
Por eso, también, yo no voy. Y porque muchos de los que van
—al menos, los que conozco— cometen, para mí, un error fundamental. No votaron
a Cristina, están en contra de muchas cosas de las que ya estaban en contra
antes y precisan aprender que en democracia, si la mayoría eligió, te la tenés
que bancar. Eso no significa que no se pueda protestar por cuestiones
específicas, como cuando marchábamos contra el indulto o la ley federal de
educación en la época de Menem; pero esta marcha no es específica, es la marcha
del no al gobierno que hace un año sacó el 54% de los votos haciendo más o
menos lo mismo que está haciendo ahora. Hace un año, no hace tres.
Pero va a ir mucha gente, sin dudas. Y el gobierno no
debería minimizarlo, ni decir que son todos fachos con la panza llena. El
gobierno precisa rectificar cosas, entender que hay demandas insatisfechas,
broncas, indignaciones diversas y muchos reclamos legítimos, y tratar de
atender a esa expresión de una parte del país. No es con soberbia, negación o
desprecio que se reacciona a una marcha que reúne muchos miles. Nunca un
gobierno va a conformar a todos, pero estoy seguro de que podría mejorar su
relación con muchos de los que van a ir.
La oposición, si algunos de sus dirigentes tienen todavía
algo de aprecio por el sistema político que les da trabajo y un lugar en el
mundo, debería también hacer una lectura de lo que esa gente le está
demandando. La propuesta de la oposición no puede ser hacer otro #8N en enero o
febrero, después de las fiestas, para seguir desgastando al gobierno. Tienen
que mostrar que son capaces de convocar a la parte de esa gente que nunca
estará con Cristina y ofrecerle una alternativa por derecha y otra por
izquierda, ponele. Porque una nueva bolsa de gatos como la Alianza no da. Y digan
qué quieren hacer con el dólar, con el Indec, con la AUH, con la inflación, con
la seguridad, con las relaciones internacionales, con el sistema de transporte,
con los salarios y con el resto de las cosas. No bla bla, como hicieron en la
última campaña, o victimización boba, como hace Macri, o firmas contra la re-re
imaginaria, como hace el FAP. Expliquen qué harían ustedes con el país.
Después del #8N, la vida sigue, como seguirá después del
#7D. Y habrá problemas reales de los que hacerse cargo todos los días.
Menos fechas marketineras y más política. Digo, me parece.
(*) El texto fue publicado en el blog LetraP. Bruno Bimbi (34) es periodista, profesor de portugués,
máster en Letras por la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro y
doctorando en Estudios del Lenguaje en la misma universidad. Actualmente
coordina la campaña por el matrimonio igualitario en Brasil. Es activista de la
FALGBT y autor del libro “Matrimonio igualitario” (Planeta, 2010). Escribe el
blog Tod@s en la web de TN. / Tw: @bbimbi
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