Compartimos un fragmento de la novela La mujer de verde, del islandés Arnaldur Indridason. La virtud del libro -y de este fragmento en particular- no es sólo su capacidad de síntesis, sino, sobre todo, la manera en que muestra que la violencia de género no conoce épocas ni fronteras.
“-Tal vez
estés divorciado -dijo la mujer, pasando la vista por las raídas ropas de
Erlendur.
-Así es -dijo
él-. Iba a preguntarte... Creo que te he hecho una pregunta sobre violencia
doméstica.
-Una palabra
muy neutra para el asesinato de almas. Una palabra suave para quienes no saben
lo que se esconde detrás de ella. ¿Sabes cómo es vivir con miedo constante
durante toda la vida?
Erlendur
calló.
-Vivir con el
odio un día tras otro, nunca se acaba, da lo mismo lo que hagas, y nunca puedes
hacer nada que cambie las cosas hasta que has perdido todo asomo de voluntad
propia; no haces sino aguardar, con la esperanza de que la próxima paliza no
sea tan terrible como las anteriores.
Erlendur no
sabía qué decir.
-Poco a poco,
las palizas se van convirtiendo en sadismo porque el único poder que tiene el
violento en este mundo es el poder sobre aquella mujer, y sólo sobre ella,
porque es su mujer, y es un poder absoluto porque ella está a su merced, porque
no sólo la amenaza, sino que también la atormenta con el odio a sus hijos y le
hace ver con toda claridad que les hará daño si intenta librarse de su poder.
Pero la violencia física, el dolor y los golpes, los huesos rotos, las heridas,
los moretones, los ojos hinchados, los labios rotos, todo eso no es nada
comparado con la tortura del alma. Un miedo constante, permanente, que nunca se
calma. Los primeros años, cuando en ella aún queda vida, intenta buscar ayuda y
escapar, pero él la caza y le dice en un susurro que matará a su hija y la
enterrará en la montaña. Y ella sabe que lo hará, y se rinde. Se rinde y se
pone en sus manos.
La mujer miró
hacia el Esja y hacia el oeste, donde podía reconocerse el Snaefellsjókull a lo
lejos.
-Y la vida de
ella se convierte en una simple sombra de la de él -continuó-. Desaparece toda
resistencia, y con la resistencia desaparece el deseo de vivir y deja de ser un
ser vivo, es sólo una muerta, un ser de las tinieblas en constante búsqueda de
alguna escapatoria. De alguna escapatoria de las palizas y las torturas
psicológicas y de la vida de él, porque ella ya no vive su propia vida, y no
existe mas que en el odio de él.
»Al final ha
triunfado él.
»Porque ella
está muerta. Muerta en vida.
La mujer
calló y pasó la mano por las desnudas ramas del arbusto.
-Hasta esa
primavera. Durante la guerra.
Erlendur
calló.
-¿Quién
condena a un hombre por asesinar un alma? -continuó-. ¿Puedes decírmelo tú?
¿Cómo se puede acusar a un hombre de matar almas, y llevarlo ante los
tribunales y hacer que le condenen?
-No lo sé -dijo
Erlendur, que no comprendía cabalmente de lo que estaba hablando la mujer.”
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