
Existe un lugar
común, muchas veces corroborado por la realidad, que indica que los dirigentes
sindicales son, en su mayoría, ladrones. También, que utilizan a los compañeros
para satisfacer sus aspiraciones políticas. Y no sólo eso, sino que desde sus
mullidos sillones, en lugar de actuar en favor de los trabajadores a quienes
dicen representar, no paran de realizar espurios acuerdos con la patronal (no
obstante, es cierto que al lado de nombres como el de Augusto Timoteo Vandor o
Lorenzo Miguel, existen excepciones, entre las cuales destaca la figura señera
de Agustín Tosco). La rica y compleja historia del sindicalismo nacional ha
sido abordada desde todos los ángulos: el histórico, el periodístico, el
literario. Uno de los acercamientos más interesantes al fenómeno, tanto por su
capacidad de síntesis como por la calidad estética del relato, es el que efectuó
Raymundo Gleyzer en 1973 en Los traidores.